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25 de abril de 2009 - Lic. Verónica Pernicone

Ka' tuta, qoyllurkunata anaj pachapi qaasunchis.
Tvfa puh, azkintuafiyiñ wagvben wenu mapu mew. 

Prolijamente escribí estas dos frases en sendos carteles que adornarían el lugar de reunión. ¿Por qué? Tal vez porque estoy cansada de ver palabras en lenguas foráneas cada vez que leo el diario o miro una vidriera, o porque una amiga lingüista recomienda hacer "inmersión en el idioma" para aprender una lengua.

Sea como fuere, la cuestión es que tuve ganas y lo hice. ¡Ya es tiempo de difundir los riquísimos idiomas que nacieron en esta tierra! ¿Qué dicen? Simplemente "Esta noche observaremos las estrellas en el cielo", en runasimi (quechua) y en mapuzugun (mapuche). Y eso es lo que íbamos a hacer ese sábado 25 de abril de 2009 a partir de las 20.30 en una quinta de la localidad de Moreno, al oeste del conurbano bonaerense. 

Más temprano, a las 20, llegaron Marta Santos y Omar Curcio con sus telescopios, y alrededor de las 21 ya estaba completo el grupo: 11 personas ávidas por descubrir los secretos del firmamento, 7 de las cuales nunca habían mirado a través de un telescopio.

Para comenzar a familiarizarnos con el cielo, Omar, haciendo uso de un puntero láser, nos enseñó a reconocer algunas constelaciones a ojo desnudo: Orión, con su famoso cinturón de estrellas que comúnmente llamamos "Las tres Marías", Canis Major con las estrellas Sirio y, cercana a ella, Adara, que para Omar tiene una connotación particular porque es el segundo nombre de su pequeña hija. Luego nos mostró Crux (la Cruz del Sur) y sus acompañantes α (Alfa) Centauri y β (Beta) Centauri, estas últimas pertenecientes a la constelación de Centaurus.

Luego de una pausa para cenar, momento que aprovechamos para que todos los miembros del grupo charlaran y se conocieran, retomamos las actividades astronómicas. Marta nos brindó, a modo de introducción, un reconocimiento del cielo, de los puntos cardinales y de las principales constelaciones para ubicarnos en la esfera celeste con mayor facilidad.

Una vez instalado el instrumental de observación en dos sectores distintos del terreno, tratando de evitar las molestas luminarias de la calle, nos dispusimos a seguir las indicaciones de Marta y Omar para utilizar los telescopios. De repente, el universo estuvo más cerca: las estrellas Arcturus, Antares, η (Eta) Carinae, dejaron de ser sólo diminutos puntos luminosos, y hasta pudimos diferenciar dos de las tres estrellas que forman el sistema triple de α (Alfa) Centauri.

Pero nuestros guías fueron ambiciosos y nos condujeron más allá, hacia la sorpresa de distinguir los astros que no se perciben a simple vista. Y el telescopio se transformó en un mágico calidoscopio que nos mostró brillos y figuras que, cuando nos separábamos de él, desaparecían en la negra noche. Conocimos los cúmulos abiertos llamados El Joyero, por sus estrellas de variados colores, y La Mariposa, por su forma característica; también el cúmulo globular de ω (Omega) Centauri, impresionante y abigarrado conjunto de lejanas estrellas.

Sin embargo, la "estrella" de la noche no fue, justamente, una estrella, sino un vecino más cercano, habitante de nuestro sistema solar: el planeta Saturno, cuyos anillos despertaron gritos de entusiasmo. Gracias a él, muchos de nosotros recuperamos, al menos durante un instante, la capacidad de asombro que teníamos de niños.

Poco a poco el frío y el sueño se fueron apoderando de nuestra voluntad de permanecer estoicamente de pie junto a los telescopios. Las mantas sobre los hombros, las manos haciendo circular el mate amigo, nos fuimos despidiendo de los que se fueron más temprano. Al mismo tiempo llegaron los rezagados, que por una confusión, creían que la reunión se había suspendido. ¡Tuvimos que llamarlos por teléfono para reclamar su presencia!

Alrededor de la 1.30 los telescopios fueron guardados en sus cajas y el grueso del grupo partió. Pero cuatro de nosotros, nos quedamos hasta las 4.30 escuchando sus entretenidas anécdotas ocurridas durante otras observaciones astronómicas.

Fue una manera diferente de pasar la noche del sábado: sin cine, sin baile, sin bebidas alcohólicas, pero no por eso menos divertida. Nos tomamos unas horas para reencontrarnos con la maravilla del cielo, levantamos los ojos y contemplamos la inmensidad, absortos, como tantas veces lo deben haber hecho nuestros antepasados. Y, como ellos, no pudimos evitar sentirnos pequeños y vulnerables ante la magnitud y la belleza del cosmos.

LIC. VERÓNICA PERNICONE
LICENCIADA EN ANTROPOLOGÍA