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Antes de comenzar nuestro recorrido  por la historia de la Astronomía, debemos notar que no es nada evidente que el Sol y la Tierra estén hechos de la misma materia y se rijan por idénticas leyes, cuestión que tuvo que esperar desde la antigüedad hasta que Newton enunciara las leyes de los movimientos de los cuerpos.

 

Los griegos concibieron el cosmos como la unión de dos regiones: El Cielo que abarcaba los cuerpos que observamos en la bóveda celeste, y la Tierra, donde vivían y viven los seres humanos, únicos observadores conocidos del gran espectáculo celeste.

Así, el universo era para los griegos una gigantesca esfera limitada por la esfera de las estrellas -ya que éstos eran los objetos más alejados de la Tierra-. Para los griegos la Tierra también era esférica aunque mucho más pequeña. Además, la imperfecta  Tierra, sede de las más variadas catástrofes: sismos, terremotos, etc. debía estar abajo mientras que los perfectos astros en un lugar en el que aparentemente no ocurría nada- debían estar arriba. Luego existían los cinco planetas -que se ven a simple vista- los cuales tienen un comportamiento bastante irregular para un observador en la Tierra -sobre todo si se compara con la perfección aparente de la esfera de las estrellas- a los que los griegos bautizaron como planetas errantes. Estos debían estar en el intermedio ya que no podrían pertenecer a la perfecta esfera de las estrellas ni a la imperfecta esfera terrestre.

Luego estaban el Sol y la Luna. Ambos no eran considerados ni estrella, el primero, ni satélite de la Tierra, el segundo. No es difícil imaginar que con tales precedentes en el proceso de cristianización,  Dios quedaba situado en la periferia de la esfera de las estrellas y el Infierno en el centro de la Tierra. No es extraño que los principios físicos usados en el estudio de ambas regiones fuesen totalmente incompatibles. Es imprescindible comenzar por un filósofo: Aristóteles. A él se debe la primera Física -o filosofía natural- de los movimientos terrestres, por un lado, y los celestes por otro. Por ejemplo: por qué las piedras caen y los planetas no; por qué los cuerpos ligeros ascienden y los pesados descienden; por qué los movimientos celestes son eternos e inmutables y en la tierra todo cambia; etc.

Esta cosmología aristotélica basada en la ubicación de los planetas en esferas gestó a la que, convenientemente cristianizada durante la Edad Media, sirvió como modelo del mundo celeste durante dos mil años. Concedemos el honor de inaugurar esta parte de nuestra exposición a El apcm1_001Cielo, obra contenida en la Opera de Aristóteles, impresa en Venecia en 1482. Su influencia fue mucho más allá de lo científico, impregnando también lo cultural: ahí está, para probarlo, la espléndida recreación lírica que Dante hizo en su Divina Comedia de la concepción cosmológica griego-medieval. Las esferas en las que Dante, por analogía con las esferas celestes dividió su Infierno. Este libro también fue muy peculiar en su época ya que constituyó uno de los primeros libros de "bolsillo'' de la historia.

Pero los griegos también desarrollaron una sofisticada astronomía matemática para dar cuenta del movimiento aparente del Sol, la Luna y los planetas entonces conocidos: Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno. Aunque algunos astrónomos griegos, como Aristarco, apuntaron la posibilidad de una Tierra en movimiento alrededor del Sol, la astronomía griega se basaba en apcm1_002la inmovilidad de la Tierra en el centro del Universo, alrededor de la cual giraban el resto de cuerpos celestes. Todo este saber -de más de cinco siglos- fue atesorado por Ptolomeo, el gran astrónomo de Alejandría, en su Sintexis Matemática, o Almagesto, -de Al-Magesti, el más Grande-como llamaron los árabes a su magno tratado astronómico. El Almagesto, de cuya primera edición impresa en Venecia en 1515 podemos admirar una fotografía, está dividido en trece libros que describen los movimientos del Sol, la Luna, los planetas, catálogos de más de 1000 estrellas, descripción del astrolabio -instrumento para hacer observaciones astronómicas, etc., y constituyó la más completa obra sobre astronomía griega jamás escrita -de ahí su nombre árabe.

Curiosamente Ptolomeo es "famoso" todavía hoy día por un libro que nada tiene que ver con la astronomía -aunque en la antigüedad estuviesen muy ligadas-. Se trata del Tetrabiblos que significa literalmente Cuatro libros y que contiene un tratado completo de astrología -"ciencia" que como sabemos sigue siendo muy "útil" en la actualidad a muchos conocidos adivinadores televisivos. Al parecer la necesidad del hombre de conocer su futuro incierto sigue siendo más fuerte que las evidencias que niegan  que éste no se rige por los movimientos de los astros. Para terminar con Ptolomeo debemos destacar que el modelo que lleva su nombre -ptolemaico- se perfiló a lo largo de los siglos III a.C. y II d.C. Este modelo situaba a la Tierra en el centro y a los demás planetas, la Luna, el Sol y las estrellas girando alrededor de la misma -al igual que ya describimos al comienzo de nuestra sección- así como los principios platónicos de uniformidad, circularidad y regularidad. Su principal aportación fue introducir una serie de movimientos circulares para ajustar los datos astronómicos conocidos. Dichos círculos eran conocidos como epiciclos, deferentes y ecuantes. Hfemos de destacar que si bien estos círculos permitían explicar las observaciones astronómicas y hacer predicciones (aunque era muy complicado dar una explicación física de como "realmente" ocurrían las cosas en el cielo), este modelo fue el que estuvo vigente hasta el siglo XVI cuando Copérnico propone su modelo heliocéntrico.

En honor a la verdad debemos mencionar que también hubo astrónomos y matemáticos griegos que defendieron el heliocentrismo mucho antes que Copérnico. La historia es más o menos como sigue: los pitagóricos como Filolao reservaron el centro del mundo al fuego al ser éste de una dignidad superior y colocaron al resto de los cuerpos -Sol y Tierra incluida- girando a su alrededor. Más tarde, algunos discípulos de Platón -Heráclides del Ponto, por ejemplo- defendían un sistema mixto. Pero un astrónomo griego que defendió un modelo estrictamente heliocéntrico fue Aristarco apcm1_003de Samos -véase a la derecha el manuscrito de Aristarco Sobre las dimensiones y las distancias del Sol y de la Luna del siglo XVI-. ¿Cómo es posible que se olvidara algo que luego revolucionaria la forma de pensar de la Humanidad? La razón fundamental de semejante olvido es que las apariencias celestes son las mismas tanto si el observador está fijo, como si está girando junto a la tierra; pero este movimiento -de la Tierra- era muy poco probable según la Física vigente. Se necesitarían las precisas observaciones de Tycho Brahe y la mano de Kepler para que el sistema heliocéntrico terminase imponiéndose con la aparición de los Principia de Newton que aclararía todas las cuestiones físicas. Desgraciadamente el libro que dedicó Aristarco a su sistema heliocéntrico se perdió y no ha llegado hasta nuestros días, sólo sabemos de él gracias a Arquímedes que lo menciona en El Arenario, siendo probable que la hipótesis heliocéntrica de Aristarco fuese posterior a su obra Sobre las dimensiones...

Durante la Edad Media hubo un claro retroceso en la astronomía de la cultura grecolatina en su conjunto, perdiéndose gran parte, sino todo, del conjunto de la filosofía y la ciencia griegas en el mundo en occidente. No fue sino hasta que los musulmanes descubriesen toda esa cultura casi un siglo más tarde y luego, tras la conquista de España, lo difundieran en Europa, que los cristianos medievales no tuvieron acceso a las grandes obras de Ptolomeo, Aristóteles, etc. Los árabes perfeccionaron el modelo astronómico griego y elaboraron tablas de posiciones. Árabes, cristianos y hebreos usaron las apcm1_004tablas para predicciones astrológicas: astronomía y astrologíaapcm1_005 casi fueron sinónimos hasta bien entrado el siglo XVII. A modo ilustrativo presentamos El Libro de Astrología del matemático, astrónomo y astrólogo toledano Abraham  Ben Ezra. En la página expuesta (izquierda) de este incunable veneciano de 1485 se exponen "Augurios de muerte no violenta en relación con la conjunción de Júpiter y Venus". El otro (derecha), es probablemente  el libro más hermoso de los expuestos. Se trata de una edición de lujo que hizo Apiano especialmente para el emperador Carlos V, donde incluía magníficos grabados y figuras móviles.

 

 

apcm1_006En la Europa cristiana el nivel científico no daba para entender apcm1_007el Almagesto de Ptolomeo por lo que tuvieron gran difusión tratados astronómicos menores: el más conocido fue el Sopera Mundi o Tractado de la Sphera de Sacrobosco -nombre por el que se conocía a su autor Juan de Holywood- escrita en la primera mitad del siglo XIII de las que presentamos sendas ediciones: (a la izquierda) veremos un incunable de 1499 de la edición del astrónomo austriaco Peurbach -él mismo escribiría también algunos tratados sobre el tema- incomprensiblemente censurado pues es anterior a la Revolución Copernicana mientras que (a la derecha) se expone la primera edición en castellano de la obra debida a Jerónimo de Chaves en Sevilla en 1545. Curiosamente las tablas astronómicas más importantes fueron elaboradas por Alfonso X el Sabio: basadas en las que elaboró el astrónomo andalusí Azarquiel en Toledo durante el siglo XI, y se usaron en toda Europa desde el siglo XIII hasta el XVII. Podemos admirar (arriba  al centro) aquí una foto de su primera edición impresa de 1483.

Con Peurbach y su discípulo Regiomontano -Regiomontano comenzó a estudiar astronomía a los 16 años bajo la tutela de Peurbach-, recupera Europa, durante el siglo XV, el nivel de la astronomía griega. La temprana muerte de ambos retrasó sin duda la reforma que estaban neceistando los planteamientos geocéntricos, cada vez más y más complicados para explicar las apcm1_008apcm1_009irregularidades del movimiento planetario . De todos modos ésta no tardaría en llegar de manos de Copérnico. Fue Johannes Müler, conocido como Regiomontano, quien llevo a cabo la primera traducción completa del Almagesto de Ptolomeo, comenzada años antes por su maestro. El principal problema que tenían que resolver durante la traducción consistía en restaurar todas las deficiencias que habían encontrado en la obra debido a traducciones sucesivas, para lo cual Regiomontano aprendió griego. Como representante de la obra de Regiomontano incluiremos una primera edición su De triangulis Omnimodis ...  ¡publicada en Nuremberg 70 años después de haber sido escrita! Esta obra además es interesante desde el punto de vista matemático pues en ella se expusieron sistemáticamente los métodos de resolución de triángulos que marcó un renacimiento de la Trigonometría. Los nombres de Peurbach, Regiomontano y Sacrobosco no pasarían desapercibidos a un joven que estudiaba en la Universidad Jagiellonsky de Cracovia: se trataba de Nicolás Copérnico.

Antes de pasar a describir la obra de este genial astrónomo, debemos dedicar unas líneas a exponer una de las principales causas que impulsó la Revolución Copernicana: La reforma del calendario.  La clave para la construcción de un buen calendario es saber la duración exacta del año trópico, es decir, el tiempo que trascurre entre dos pasos consecutivos del Sol por el mismo punto equinoccial, y del año sidéreo, es decir el tiempo que tarda el Sol en pasar dos veces consecutivas sobre el fondo de una misma estrella. El cociente entre ellos es -según datos actuales- 0,999961123... . Es apcm1_010evidente la importancia de tener un buen calendario, en particular para las fiestas de carácter religioso -por ejemplo la Pascua-. Por ello en 1516 la Iglesia católica manifiesta su voluntad de reformar el calendario vigente instaurado por Julio César en el 46 a.C. Este estaba basado en los cálculos de Socígenes de Alejandría -astrónomo griego- que estimó el año trópico en 365  días y 6 horas. La cifra estimada para el nuevo calendario basada en los cálculos de Copérnico era de 365 días 5 horas y 46 segundos, 11 minutos y 14 segundos menos. Es fácil comprobar que pasados cuatro siglos  hay un desfasaje de 3 días y casi 3 horas lo que daba un retraso acumulado en el siglo XVI  de 11 días sobre el tiempo astronómico. Este fue el principal reto que permitió a Copérnico "detener el Sol y echar a andar a la Tierra". La reforma del calendario la llevó a cabo el jesuita y astrónomo Christoforo Clavius y fue llevada a cabo en 1582, bajo el mandato del papa Gregorio XIII -de ahí el nombre calendario gregoriano-. Exponemos uno de los libros explicativos del nuevo calendario -escrito en francés- donde podemos ver en rojo años múltiplos de cuatro que no son bisiestos. Este calendario fue adoptado inmediatamente por los católicos tardando más los protestantes -entre 1700 y 1753- y aún más los ortodoxos que esperaron hasta comienzos del siglo XX para hacerlo.

Fuente: http://euler.us.es/~libros/astronomia.html 

Prof. Marta Santos